Aquella fue una tarde perfecta para quedar endemoniados hasta que se pusiera el sol. Ninguno de los dos llevamos anemómetro pero preveíamos que la jornada prometería, calculamos….casi 20 nudos.

En Lo Poyo estos vientos de levante son bastante constantes y cuando cae la tarde mejoran pues disminuyen las rachas y la rodada se hace aún más cómoda.

Había llovido el día anterior con lo que tendríamos cuidado con el terreno pues sabemos por experiencia que se clava la rueda delantera si cierras demasiado las curvas y el vuelco está asegurado como lo estaría si impactaras contra un bordillo.

La atmósfera estaba limpia y el polvo pegado al suelo tras la lluvia, así que nos permitimos por una vez no llevar la incómoda mascarilla durante ese día.

Éramos conscientes de que íbamos pasados de vela pero no disponemos de otra que no sea la 4.0. En mi caso pasado, en el caso de Jose algo más que pasado pues nos diferencian unos 10 kg de peso. En ocasiones él saca todo lo que puede su cuerpo fuera del carro y aún así no consigue bajar la rueda y se sale del rumbo pero no suelta la escota ni un centímetro. No podíamos parar y confesamos haber gozado con múltiples travesuras en un precioso atardecer que terminaron con el famoso beso entre los dos carros, con botavara en la cabeza del contrario incluida.

Ya de noche mi hermano y él se marcharon. Me quedé recogiendo las últimas cosas hasta que quedé en plena oscuridad en medio de la gran superficie salina del Arenal. Hasta la próxima y gracias, hoy te hemos disfrutado.